jueves, 14 de mayo de 2009

¿Anular el voto?

En varias ocasiones he escuchado una posición con la cual me cuesta mucho trabajo estar de acuerdo: anular el voto o abstenerse de votar.

En un país como el nuestro es fundamental que los ciudadanos entendamos el poder que tenemos como electores. El voto no es solamente una boleta tachada o señalada, implica la elección del propio futuro por la importancia que significa el elegir, de entre las opciones existentes, quiénes serán nuestros representantes ante las diferentes esferas del gobierno.

El voto es el principal derecho que tenemos como mexicanos y es la base de nuestro sistema democrático. El quitarnos nosotros mismos la posibilidad de sufragar es un riesgo que nos separa aún más de quienes gobiernan.

Los ciudadanos tenemos como principal derecho (y obligación) escoger a nuestros representantes como parte del sistema democrático que establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En éste, cualquier ciudadano puede participar en política y ser elegible a un cargo de elección popular, mientras se involucre en la vida interna de un partido político, ya que en México no están permitidas las candidaturas independientes.

La omisión de participar en el engranaje democrático e invalidar una oportunidad para premiar o castigar a las distintas opciones políticas que contienden en esta próxima elección, más que una manifestación de ideas, es una aportación a la estadística electoral, ya que al momento de contabilizar votos que no generan una opinión, éstos difícilmente pueden ser utilizados como elemento de presión para los políticos, porque no genera un compromiso directo entre el elector y el candidato.

La legislación electoral establece que un voto se nulifica por un error del elector y, por ser secreto y directo, nunca existe una adjetivación al respecto del porqué fue anulado. Una medida de este tipo sería algo así como contabilizar un número de votos que al final terminarían como boletas desperdiciadas.

Por las mismas características del político, es mucho más efectivo votar por el adversario, y hacérselo saber, que abstenerse por desencanto o desengaño. La caída de popularidad y la pérdida del poder es un elemento que puede presionar en mayor medida, que abstenerse o alienarse del proceso.

En un sistema democrático como el nuestro, los dos valores fundamentales son el elector y su voto, y su decisión es la piedra angular de la integración de las diferentes representaciones que son electas, en el caso de las próximas elecciones, munícipes y diputados.

Llama la atención este movimiento que se está creando para anular el voto o abstenerse. Quienes se encuentran en esta postura, seguramente han analizado a profundidad el tema y ven en esto un importante beneficio social.

Según la nota publicada en el periódico Mural en la sección Comunidad, del día de ayer, quienes apoyan esta postura basan su creencia en que esta medida de presión hará que los políticos entiendan por omisión y que tomen esto como un “rechazo a la forma de hacer política en el país”. Creo que hay algo de inocente en esto, ya que los grupos de poder difícilmente ceden sus espacios por omisión, y los partidos y sus candidatos cuentan con un papel relevante en este juego de poder.

Quien entiende de esto, sabe que el político necesita del poder para subsistir. El poder es la vitamina que lo mueve diariamente y la que le genera seguidores. De igual manera, los partidos políticos tienen el poder suficiente (y las prerrogativas necesarias) para mantener el piso de votación que los hace mantener su registro y ser competitivos durante las elecciones. Incluso les da la posibilidad de tener una estructura que les promueva la participación ciudadana para que logren en mayor o menor medida sus objetivos electorales.

Aunque los márgenes de votación de una elección sean pequeños (o el abstencionismo muy alto), son los votos totales los que dan validez a un proceso electoral. Si bien esto no es lo óptimo en una democracia moderna, tampoco es un caso que no se presente constantemente.

Las elecciones más competidas en nuestro país, difícilmente pasan del 60 por ciento de participación. Esto, cuando el interés de una elección presidencial está de por medio. Aún así, los gobiernos siguen siendo legítimos y gobiernan para quien participó y para quien se abstuvo.

La calidad de los gobiernos se presenta con base en factores distintos a la votación. El voto es la manera inicial de manifestar un acuerdo o un desacuerdo, pero también existe una serie de procedimientos como el plebiscito o el referéndum, donde el ciudadano puede manifestar su desacuerdo ante una ley o una política pública. Con la utilización de este tipo de herramientas, y a través de su acción, es como una sociedad puede reflejar su organización, presionar y defender su interés en la vida política.

Es con la sociedad que se conforma un sistema político y a partir de su participación donde éste se fortalece o se destruye. En palabras llanas, la abstención o nulificación del voto es, como dice el dicho, “el que calla otorga”.

Al final, nuestro país está cambiando muy rápido. Después de tener una compleja situación en el país, derivado de la inseguridad económica, patrimonial y de salud, ahora con la emergencia sanitaria por el virus de la influenza A(H1N1), lo que faltaría es que nos fuéramos a la anarquía y hagamos de nuestro país un “estado fallido” como muchos quieren vernos.

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